En uno de esos momentos de la juventud que todavía vive en mí, me enamoré furiosamente, estuve tan furtivo que conocía más el amor que la persona, en esos momentos las cosas de la vida para nada me preocupaban, el aire y el ambiente de los días me era inocuo, inmaleable para mis bríos y ganas de debutar con creces en el amor.
Continuando mis impulsos y dándole vida a mi imaginación que se abrazaba a una imberbe quimera que apuraba mis acciones desmesuradas con la calma que lleva el desesperado o aquel que está haciendo las cosas con un plan y no quiere ser visto o en forma de atisbar.
En fin, pude organizar mis sentimientos y poner mis ideas en acordes para hacer de estas las melodías más y mejor sonaras que del amor se tratase, con tal de que estas puedan afinar y corresponder con una devoción que mientras yo oteaba por fin logré pegar.
Era ese un amor superlativo a mis aspiraciones, era eso que yo quería jactar y mostrar como mi gran anhelo o logro sacrificado de ese atleta sentimental que se ha preparado para ese torneo inverosímil y batallador como lo es ese sentimiento que nos envuelve a todos.
Lograr pegar mi jugada de amor dúctil y correoso fue mi gran apuesta, y mi apremio ante la suerte que llegaba a mí de manera tan inesperada sin que yo tuviera que mal pasar acciones comunes del estar enamorado o enganchado en el sentimiento de recrear mentalmente pensamientos de ensueño, de cenas a la luz de la luna, paseos a la orilla de la playa agarrados de mano y otros delirios del cautivante y doble filo amor.
Uno no la pega dos veces, por eso entendí que la suerte era mi aliada finita y tenía que aprovecharla, ya que la protagonista de esta historia era esa chica impresionante, cargada de juventud, llena de mucha vida, de cabello largo, tez clara, rubia, ojos miel, y de carisma moderno y acogedor, en especial con los relacionados de la escuela donde era cuasi bachiller al igual que yo, todos las quería, tenía su espacio dentro de la muchedumbre varonil, ella sabía lidiar en armonía con todos, y su belleza, sonrisa y mirada era la paz de muchos, para mí era mi locura, si la miraba sentía que moría de una embolia amorosa, siempre terminaba en un yeyo sentimental.
Ella ganó y logro que yo venciera mis más crueles batallas de timidez, de atrevimiento, de gallardía, y especialmente esa lucha casi eterna de salir del ocaso maldito que al parecer el amor me tenía metido.
En mi haber, mi corazón y dentro de mi alma reinaba todo lo inefable y sublime que pudiera dar un ser humano enamorado y tal vez que se yo si correspondido, porque mi apuesta era sincera, pero el resultado no lo tenía enterado por completo, no era adivino, aunque debí ir donde alguien que supiera de quiromancia. Tal vez.
Y como algo delicado, inconmensurable, más bien fuera de este mundo, ella llenó esas ansias y vacíos que amargaban mi desamparado corazón que nunca la había ligado como hasta ahora por su desolación maldita.
Fui ese chico para ella que siempre estaba disponible y hacía magia para solucionar todos sus deseos, como fiel alfil que resguarda su reina y su disposición no tiene reparo.
No sé por qué en ésta historia ocurrida en los finales del 1999, alguien tuvo que sufrir más que yo por el grado de los hechos, pero lo que más calma es que yo sí mal pasé, aquello que pagó los platos rotos no fue ella (por si acaso), sino un invitado especial que pretendía ser el más querido por mucho tiempo hasta que su durabilidad, ternura, suavidad y sutileza permaneciera intacto por ser protagonista de las ofrendas del amor.
¡Sí y sufrió bastante, digo yo! porque una tarde de esas que tú eliges al azar creyendo en la suerte o casualidad, elegí un miércoles, para agradar, mantener la chispa y el interés de la relación amorosa activa, te inventas o buscas un regalo que permaneciera presente en el corazón al cual has de enamorar y acotejar para ti, en fin, se dio el momento de ir a llevar el tan sacrificado y rebuscado regalo.
Tuve que echar de manos a una alcancía de bambú que tenía e ir a una tienda de la Independencia (San Juan de la Maguana), a adquirir los dos presentes que naturalmente son la mezcla perfecta para deleitar a la agasajada sentimental.
Al llegar al frente de la casa de la chica más bella, apuesta, enternecedora jamás vista para mí, hago la parada, y qué cosa es la vida, ya que irónicamente el mundo giró tanto que ahora en la actualidad vivo cerca de esa casa, aunque ella ahí no reside ya. Conste que me acompañaba un amigo de infancia El Chino, él fue testigo, lo disfrutó y me ayudo, la pasola fue el transporte, y era de él.
Entré a la casa, porque vi la puerta media abierta, eran las 3:00 de la tarde, yo iba cargado de obsequios, abrí la puerta sin tocar porque algo de confianza en esa casa yo tenía, la apuesta dama mía echaba el día casi sola, ya que sus padres y hermanos trabajaban la agricultura, logré dar dos pasos hacia adentro y al mirar al fondo de la sala, en el sofá donde yo en horas de la noche sus viejos adorables me permitían sentarme lo mas erguido y correcto posible, y sin la posibilidad de besarla o la mano pasar, ya que el espacio lo merodeaba la familia, Pues al entrar mi sorpresa fue tal que pensé momentáneamente que se trataba del efecto que el sol me había dejado en la vista de llegar de la calle hacia adentro de la casa con poca iluminación (creí era una ilusión óptica). No, era ella quien estaba allá en el bonito mueble, en las piernas de quien me había jurado que hacía unos meses ya había terminado su vieja relación.
Yo como errado tonto, como piedra me quedé, congelado, como maniquí, no me salían palabras, era una sensación de aproximadamente 30 segundos que ardía mi alma, carcomía mi corazón y derretía mis alegrías, me mato estando muy vivo, sentí lo más cruel que en mi vida había sentido (se me fue el alma).
Salí de allí disparado como bala en fusil, olvidando que andaba con mi amigo toda la calle en dirección opuesta, aireado, colérico, y con mis regalos acuesta, terminando parado en la intercepción de la calle del sector aquel, mirando al horizonte, frente a un solar o terreno cercado, muy amplio, bajando de unas de las manos una caja con bonitos, delicados, esplendorosos y deliciosos chocolates, y de la otra mano el que fuera el desgraciado de esta historia, UN PELUCHE, el cual me miraba y yo lo miraba como si algo teníamos que hablar, les digo que no la pasó muy bien, porque mientras la rabia me colmaba y me arropaba yo lo estrellaba, lo halaba, lo mordía, le daba patadas, puñetazos y todo aquello terminó en algo parecido a un espectáculo de lucha libre entre YO como desdichado y un PELUCHE desafortunado que finalizó destartalado, destripado y zumbado en un monte, por metiche y sonsacador de amor. FIN
Por Héctor Solís.

El autor es Locutor, Periodista, Educador.

Productor de Medios de Comunicación

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